(Por
Fernanda Jara) Su crimen fue atentado directo a la libertad de información.
Hoy, ninguno de sus asesinos está preso. Qué pasó el 25 de enero de 1997
Una bala de
fuego quiso callarte y te hizo más grande, inolvidable (…) ¿Cómo se mata a un
hombre? ¿Cómo se puede? ¿Cuándo se olvida a un hombre? ¿Cuándo se aprende?
"Una bala de luz", canción de Guillermo
Cantón, amigo de José Luis
Cabezas, en su memoria.
Veinte
largos años pasaron desde aquella infausta madrugada en la que un grupo mafioso
le arrebató la vida a un trabajador de prensa de 35 años, padre de tres niños
—Juan, Agustina y Candela—, hijo de José y Norma (un matrimonio de origen
italiano), hermano compinche de Gladys, amigo risueño y destacado reportero
gráfico que supo ver a través de su lente más allá de lo que muchos veían con
sus ojos. José Luis Cabezas fue secuestrado, golpeado, esposado con las manos
en la espalda y obligado a arrodillarse ante los cobardes que estaban enfrente.
En esa posición le dispararon, dos proyectiles entraron en su cabeza. Luego
colocaron su cuerpo en el interior del auto que antes manejaba y lo incendiaron
con él adentro. El lugar elegido por la banda comandada por uno de los hombres
más poderosos de los 90 fue una cava en General Madariaga, hecha 15 días antes.
Su crimen puso de pie a todo el país y otras 70 naciones se solidarizaron para
pedir justicia. Por primera vez en democracia se atentaba de tal manera contra
un periodista y en consecuencia contra la libertad de información.
José
Luis Cabezas tenía 35 años, tres hijos y una carrera destacada. Su crimen fue
un claro atentado a la libertad de información
Vale repasar
la historia. El 23 de agosto de 1995, el entonces ministro de Economía, Domingo
Felipe Cavallo, denunció ante la Cámara de Diputados negociados en el Correo y
apuntó a una mafia que tenía respaldo del poder político. La exposición de Cavallo, junto a su gabinete
completo, duró al menos 6 horas. Ante ellos cuestionó tajante: "¿Quién es
el señor Yabrán? ¡Nadie lo conoce! ¡Pero él sí va a conocer todas las pruebas
que tenemos!". Debajo del puño enardecido que sacudía de un lado a otro
había un sinfín de hojas y expedientes que daban letra a esas acusaciones.

Cuando las
sospechas del crimen de José Luis Cabezas cayeron en su contra, Alfredo Yabrán
se presentó en Casa de Gobierno y, foto del reportero gráfico en mano, negó
todo vinculo con el hecho. En mayo de 1998, antes de ser arrestado por ese
caso, se pegó un tiro en la boca
El 16 de
febrero de 1996 el reportero gráfico José Luis Cabezas logró fotografiarlo
mientras caminaba por una de las playas de Pinamar. Junto a su amigo Michi
tenían estudiados los movimientos de Yabrán, quien también tenía vigilados los
de ellos. El 3 de marzo, la imagen fue tapa de la revista. El valor
periodístico de la foto es altísimo desde donde se la mire, pero nadie jamás
imaginó que por ella se pagaría un precio tan alto. Cuentan algunos allegados
que José Luis había recibido amenazas que consideró menores y que nunca se lo
contó a su familia para no preocuparlos. Nadie pensó que la ira del magnate
llegaría tan lejos y que decidiría poner fin a la vida del fotógrafo.
Quienes lo
conocieron destacan su pasión por lo que hacía, el carácter jovial y el amor
por su familia
Lo hizo. Su
hombre de confianza y custodio personal, Gregorio Ríos (ex militar), recibió
ordenes que trasladó a Gustavo Prellezo, al servicio de la Policía Bonaerense.
Él se contactó con la banda de Los Hornos (conocidos como "los
horneros") y ejecutaron el "encargo". El entrecruzamiento de
llamadas de los sindicados determinó, más tarde, que hasta ese 25 de enero Ríos
y el ex comisario se hablaron frecuentemente y la comunicación cesó tras el
crimen. Los secuaces de la mafia seguían cada uno de sus pasos con ayuda de la
policía local, que había liberado la zona para que los delincuentes actuaran
con libertad. Desde noviembre de 1996, el policía incriminado comenzó a
delinear el asesinato del fotógrafo.

La
investigación del caso fue buena, las primeras condenas parecían ejemplares,
pero los años convirtieron al martillo de la justicia en una corneta de agua.
En diferentes tiempos y con distintas excusas, cada uno de los sentenciados por
el crimen de Cabezas quedó en libertad por bajas de la pena en Casación, por
buena conducta en el penal y porque la cárcel era muy húmeda. El último en ser
liberado fue Gustavo Prellezo, el hombre que sin un mínimo temblor en sus manos
le disparó en la cabeza a sangre fría. Lo demostró en la reconstrucción del
hecho, y no le importó.
El crimen de
José Luis quebró a su familia. Cristina se mudó con su hija a España y hace
poco contó a un medio de allí que tomó la decisión cuando escuchó a la niña
responder a la pregunta ¿cómo te llamas? "Candela Cabezas presente".
El padre de José Luis falleció preso del dolor y rehén de las injusticias de la
ley, y su madre está internada en un geriátrico con demencia senil. Su muerte
levantó a las familias argentinas que aún tenían el sabor amargo de los años de
plomo. Periodistas de todo el país se unieron para manifestar su repudio al
asesinato con la solidaridad de otras 70 naciones que empapelaron sus
redacciones con afiches con el rostro de Cabezas. Paradójicamente, con esa foto
que le sacaron para el carnet de reportero gráfico y de la que tanto renegaba.
Perfeccionista al extremo, le vio todos los defectos juntos, pero la llevaba
con orgullo porque feliz decía: "Trabajo de lo que me gusta y encima me
pagan".
José Luis
Cabezas y Gabriel Michi en la fiesta de cumpleaños de Oscar Andreani, en
Pinamar. Horas después fue asesinado.
Ese fue el
pedido de su familia en el inicio de las marchas y actos para pedir por el
esclarecimiento del asesinato de José Luis. Las dudas sobre si otro hecho
similar podría ocurrir ponían en jaque a los periodistas porque veían cercenada
su libertad de expresión e información. Gabriel Michi dijo en una entrevista en
aquel entonces que el crimen de José Luis podía significar el último o el
primer asesinato de un trabajador de prensa. La incertidumbre no llamó al
silencio, sino todo lo contrario: la sociedad en su totalidad se puso de pie al
lado de la familia, compañeros, amigos y demás trabajadores de prensa porque
entendieron la magnitud del crimen de Cabezas. Al cumplirse el primer mes hubo
minutos de silencio y las calles de la ciudad quedaron completamente
paralizadas, más tarde las arterias principales fueron suelo para la
interminable columna que ocupó todo el ancho de Avenida Corrientes y al menos
cinco cuadras completas. Las iglesias hicieron sonar sus campanas, los barcos y
bomberos sus sirenas, los autos tocaban bocinas, en Luján un grupo de
camioneros levantó en alto sus gorras, afuera de los tribunales de Dolores otro
centenar de personas levantaba carteles que rezaban ¡No se olviden de Cabezas!
en absoluto silencio. La costa de la playa en la que fotografió a Yabrán
recibió coronas de flores. El primer acto en Pinamar fue multitudinario y
triste porque todos vieron en él al hijo, al hermano… Al mes siguiente una
caravana partió a la cava de General Madariaga, hubo actos en varios puntos del
país, suelta de globos negros con su rostro y antorchas en las plazas, algunas
de las cuales hoy llevan su nombre. La unidad por su causa fue pocas veces
vista.
José Luis
Cabezas retirándose de la casa de Andreani, en la madrugada del 25 de enero de
1997. Esta fue la última imagen con vida del fotógrafo.
A 20 años
del hecho más despiadado con los que se enfrentó el periodismo argentino, no
nos olvidemos de José Luis Cabezas, porque sus asesinos están en libertad y
siguen siendo peligrosos para todos.