Desde 1941
se celebra en Argentina el 2 de septiembre como el Día de la Industria.
Paradójicamente, para homenajear a la Industria Nacional se eligió un hecho
delictivo,
concretamente, un episodio de contrabando. Eso fue lo que ocurrió
aquel 2 de septiembre de 1587 en el territorio que hoy conocemos como la
República Argentina y que entonces pertenecía al Virreinato del Perú.
El
calendario recuerda aquel 2 de septiembre de 1587 cuando zarpó del fondeadero
del Riachuelo, que hacía las veces de puerto de Buenos Aires, la carabela San
Antonio al mando de un tal Antonio Pereyra con rumbo al Brasil. La San Antonio
llevaba en sus bodegas un cargamento proveniente del Tucumán, fletado por el
obispo de esa ciudad, Fray Francisco de Vitoria. Se trataba de tejidos y bolsas
de harina producidos en la por entonces próspera Santiago del Estero.
Lo notable
es que dentro de las inocentes bolsas de harina, según denunció el gobernador
del Tucumán Ramírez de Velasco, viajaban camuflados varios kilos de barras de
plata provenientes del Potosí, cuya exportación estaba prohibida por Real
Cédula. Es decir que la “primera exportación argentina” encubre un acto de
contrabando y comercio ilegal.
El Obispo
Francisco de Vitoria había servido en Charcas a un mercader y allí pudo
entablar relaciones comerciales con los miembros más notables de la Audiencia,
lo que le permitió obtener un permiso para importar esclavos desde el Río de la
Plata. Hasta entonces no había entrado ni un solo esclavo por Buenos Aires.
Vitoria fue el pionero del tráfico negrero en estas tierras.
El
desarrollo industrial en estos territorios tardaría siglos en llegar. Recién
hacia fines del siglo XVIII arribaron a Buenos Aires las primeras manufacturas
inglesas, pero la masiva penetración de bienes importados imposibilitó el
desarrollo industrial, que debió esperar largamente hasta entrado el siglo XX.
El debate entre librecambistas y proteccionistas se extendió largamente durante
los siglos XIX, XX y continúa en nuestros días.