Un hecho de
características siniestras salió a la luz la madrugada del pasado sábado, cuando
un vecino de Bolívar fue hallado sin vida con la cabeza destrozada, producto de
golpes perpetrados aparentemente con un elemento contundente.
Al menos,
esa es la información preliminar -no oficial- que se recogió en las últimas
horas a partir del testimonio de algunos vecinos de la víctima.
Se trataría
de Juan Carlos Salguero (85), quien vivía en ese domicilio, ubicado en la
avenida Mariano Unzué, entre José Hernández y Rafael Obligado, a
unos 50 metros
de un conocido lugar de esparcimiento nocturno, en dirección a la planta
urbana.
La macabra
escena fue comprobada por personal policial local después de que los vecinos de
Salguero advirtieron la ausencia del hombre por espacio de unos dos días. El
hombre vivía solo en el lugar, una precaria casa ubicada en el fondo, detrás de
una vivienda principal con fachada a la avenida.
El hallazgo,
se produjo aproximadamente a las 20.30 del viernes y movilizó al personal
policial y al área de Científica de Azul que aún trabaja en el lugar con las
pericias correspondientes.
Un asesino acosado y violento
Terminó de
la peor manera, tal como muchos lo podrían haber imaginado. El vínculo entre el
matador y la víctima fatal era tortuoso y traumatizante.
El asesino,
Sergio Andrés Montiel (65) y su presa, Juan Carlos Salguero (85) se conocían
entre sí desde hacía unos años.
Pero nadie
asegura que eran amigos sino que esencialmente mantenían una relación cuasi
obligada por una de las partes, la del que aplicaba mayor influencia, más
violencia, del que manejaba los tiempos y tomaba decisiones arbitrarias y
leoninas en ese contexto.
Ese era
Montiel, un exconvicto de Sierra Chica que había aterrizado por azar en Bolívar
después de cumplir una condena por una aberrante violación.
Tal como le
sucede a muchos liberados podría haber regresado su conurbano de origen, pero
la contingencia lo depositó en un cuchitril del barrio La Portada y lo
convirtió en vecino de quien sería su próximo blanco. E iniciaron una amistad
algo desnaturalizada por los acosos que le infligía uno a otro, al tratar de
siempre sacar un provecho.
Pero en
octubre de 2016, dejaron de verse, poco después de que el abuelo sufriera un
brutal ataque por parte de un ladrón que entró a su casa para robarle un viejo
televisor.
El hombre,
ni bien se recuperó de las heridas recibidas en su rostro perpetradas con una
llave de mano que utilizó el malhechor, se radicó en Córdoba en la casa de su
hija.
Pero como
indica el axioma, el hombre de avanzada edad quiso volver a su raíz, a sus
olores, a su fotografía de toda la vida para encarar la parte final de su vida.
Por ello,
después de apenas unos seis meses, con la casa que había dejado al irse
alquilada, arrendó una precaria vivienda en la avenida Mariano Unzué, que sería
a la postre el escenario de su propia muerte.
A su
regreso, la confraternidad (dudosa) con su asesino en potencia, volvió a
formalizarse.
El
rencuentro, fue distinto. Montiel había mutado al ser que habitaba en él acaso
desde siempre, pero ahora sin simulaciones de ningún tipo.
Se aparecía
a cada rato en la casa de Salguero. Borracho y drogado no paraba de pedirle
dinero y procuraba sacar ventaja de todo lo poco que poseía el anciano.
Incluso, ya
había logrado quedarse con un viejo Renault 12 que el parquero tenía en
arreglo, llevándoselo a su casa bajo vaya a saber uno que argucia o artimaña.
El 12 de
octubre pasado, las cosas se precipitaron fatalmente.
Antes de las
10 de la mañana, Salguero, fue a la oficina local de la Anses donde percibió un
micro crédito de sólo 5000 pesos.
Hizo unos
pagos en uno de los almacenes del barrio y se quedó con menos de la mitad.
Al rato lo
vieron entrar a su casa junto al asesino y fue la última vez que lo vieron con
vida.
Las pericias
confirmaron que Montiel al ser examinado después de su aprehensión presentaba
una clara hinchazón en sus manos, una uña rota y varios rasguños.
Los
investigadores creen que el propósito que llevaba le costó más de la cuenta y
que se sorprendió con una resistencia inesperada.
Por eso, sin
el botín que buscaba (apenas unos 2000 pesos), le destrozó el cráneo de tres
martillazos al abuelo y las cámaras del gobierno municipal lo reflejaron cuando
salía de la vivienda.
Crónica de
un camino que no tenía otra salida: la de un timador y violador que se
convirtió en un cruel y detestable asesino.
Fuente: Infobis