Ante tanta violencia, mal humor y demás yerbas, una cuota de humor no viene nada mal. El hecho, si bien ocurrió en una pueblito de Tandil, nadie puede estar ausente. Ante cualquier coincidencia a algo sucedido en el pago, pura casualidad.
Un episodio
extravagante ocurrido el viernes pasado sigue siendo la comidilla de los
vecinos de María Ignacia. La historia reúne un combo de celos, sexo, traición y
cobardía, entre otras pasiones desbocadas en plena vía pública.
Todo
comenzó, paradójicamente, cerca del cementerio. Clásico territorio de María
Ignacia que cumple las funciones de una de las pocas Villas Cariño del pueblo.
Su proximidad con el camposanto permite vincular las cuestiones amatorias con
las funerarias “porque ambas se dedican al entierro…”, dice con cierta picardía
un vecino del lugar. La Villa Cariño en cuestión no había tenido, hasta el
viernes que pasó, ningún sobresalto que mereciera las charlas vecinales de
ocasión, puesto que ya luce desde hace años incorporada al paisaje como un
oficializado albergue transitorio a cielo abierto. Lo cierto es que hasta allí
llegaron los tres personajes de esta historia desmesurada, cuya trama y
desenlace, todavía, ocupa las conversaciones y la atmósfera temática de la
población.
Ocurrió el
viernes 30 de septiembre a las 15 horas, momento fundante para el génesis de
una anécdota que seguramente alcanzará el ¿bronce? de la posteridad. Fue cuando
hasta las inmediaciones del cementerio llegó El Chacarero, al volante de su
camioneta, acompañado de Marta, a quien podríamos identificar como la Novia 1
del productor de María Ignacia. La mujer tiene alrededor de 45 años, mención
con la que concluimos, por pudor social, otros datos filiatorios.
Estaban
Marta y El Chacarero en plena sesión amatoria cuando a bordo de un automóvil
llegó una señora de cinco décadas a quien en Vela la conocen bajo un curioso
apodo pero que aquí mencionaremos como “La Tigresa Velense”. Mujer de carácter
fuerte y vinculada afectivamente a El Chacarero en categoría, conjetural, de
Novia 2. Ese día su instinto femenino (o quizá el dato infidente que nunca
falta) había detectado que se hallaba a las puertas de un descubrimiento atroz,
cuestión que pudo corroborar apenas se adentró con su auto en las inmediaciones
del cementerio y descubrió, detenida entre los agrestes yuyales, la camioneta
de su hombre. La dama bajó del auto y atisbó lo obvio: los amortiguadores de la
chata subían y bajaban cada vez más frenéticamente, característica oscilación detonada por la enérgica acción de dos seres
humanos –él con los pantalones en los tobillos, ella desnuda y con zapatos- que
habían entrado en el punto sin retorno en dirección al éxtasis. A las tres de
la tarde, “La Tigresa Velense” enfiló hacia la camioneta con los ojos
encendidos por la ira. No necesitó –aunque lo hizo- abrir la puerta para que
ante sus ojos apareciera el óleo de su desgracia. Al verla, El Chacarero sintió
que llegaba el fin del mundo. Y, entrando en pánico, cometió un acto
inglorioso, escasamente varonil, un acto que lo condenará de por vida: se subió
los pantalones y huyó corriendo del lugar del hecho, dejando abandonada en el
asiento a Marta, la Novia 1. Y también a su camioneta.
Lo que
sobrevino al instante parece más cercano al realismo mágico del Macondo de
García Márquez que a la melancolía inerte de la llanura del sur en plena hora
de la siesta. Porque “La Tigresa” tomó de los pelos a la indefensa Marta, la
sacó de la camioneta, la arrastró a su auto, la abofeteó sin cesar durante el trayecto
del cementerio al pueblo, la llevó a la casa de su madre –de la madre de Marta-
para exhibirle los despojos de la hija como una ramera perdida, la volvió a
cargar en el auto y así como estaba, completamente desnuda (algunas fuentes
alegan que sólo tenía puesto un par de zapatos trémulos), la bajó del auto y la
dejó ante la mirada perpleja de todo el que andaba por ahí parada como un
náufrago en medio de la tormenta frente a la puerta del Banco Nación. Luego
puso primera, aceleró y se fue.
El hecho,
naturalmente, se ha convertido en el tema unánime de los velenses, pues no
registra la historiografía local un incidente tan tremebundo donde las pasiones
de la vida privada estallen en el ámbito público de semejante manera. Los
celos, la traición, el sexo clandestino, la cobardía (de El Chacarero), el
escarnio, la vergüenza, el amor (por llamarlo así), la ira, y hasta la
violencia son los ingredientes de un relato descomedido que revela hasta el
hueso las pulsiones íntimas de la condición humana llevada al extremo.
Según se
supo, además, en estas horas Marta habría realizado la denuncia en sede
policial, donde entre otros asuntos a tener en cuenta habría denunciado a su
agresora por privación ilegítima de la libertad. De El Chacarero, en tanto,
nadie supo más nada… (El Diario de Tandil)