La ruta nacional 5, en jurisdicción de Chivilcoy y sus zonas aledañas -que es lo que nos atañe- se ha convertido en un monstruo insaciable, descontrolado, que solo parece apetecido de sangre humana.
La maldita
ruta es una rudimentaria bestia de cemento, que desde hace años no hace otra
cosa que devorar gente.
En las
últimas horas, sumó otra víctima fatal a su larga e interminable cosecha de
cadáveres.
En horas de
la tarde de este viernes 31, a menos de media hora de Chivilcoy -en
Suipacha- chocaron un automóvil y un
camión (foto).
El conductor
del auto, un joven de 37 años, murió casi en el acto.
¿Cuántos
dejaron su vida en esa fatídica ruta 5? La cifra es incalculable.
¿Cuántos la
dejarán en los años que vendrán? Eso es impredecible.
¿Por qué la
ruta 5 se convirtió en una inexorable trampa mortal? Porque no se puede eludir.
¿Por qué la
necesaria, ansiada y esperada autopista, que evitaría catástrofes de este tipo,
nunca llega?
Por desidia,
incapacidad y carencia de valores humanos de quienes tienen responsabilidad
gubernamental en la cuestión.
Ellos se
mueven en helicóptero; no tienen idea de lo que pasa aquí abajo; no les
importa; desprecian y son despreciables.
Mientras la
autopista no llega; la ruta 5 no deja de teñirse de rojo.
Nuestros
muertos seguirán escribiendo con su sangre la epopeya de transitar por ella.
Es la triste
obra de un Estado que -con su inacción- ha olvidado por completo el valor de la
vida humana y en ella, la de muchos vecinos chivilcoyanos, que cayeron
inmolados, cumpliendo el deber de recorrerla.
Foto: Fuente Jorge Oscar Lasala. Publicado
en “Hoy Chivilcoy”