Bajo el título
«Ordoqui, himno y lamento», el matutino La Nación refleja la historia de los
puelos de la Argentina que de a poco van desapareciendo y en esta ocasión fue
el turno de la localidad de Ordoqui ubicada en la zona sur del partido de
Carlos Casares.
La Nota
Restos de
una de las siete fábricas de lácteos que había en Ordoqui (partido de Carlos
Casares); no queda ninguna; el pueblo nunca se repuso del cierre de la cuenca
lechera; además ya no tiene tren
"No nos
vamos a ir. Aunque se vayan todos, aunque nos quedemos solos, de acá no nos
vamos." La que recita el himno de amor eterno a Ordoqui, localidad del
partido de Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, es Alicia Sánchez (53
años), una maestra jubilada que fue directora de la escuela del pueblo. Está
junto a su marido, Roberto Berardo (60), contratista rural.
El himno es
también un lamento. Ordoqui pasó de una población de 1800 personas hacia fines
de la década del 30, a 170 en la actualidad. "Debemos ser menos. El mes
pasado se fueron 10 o 12", dice Javier Benintende (42 años), apicultor.
Floreciente
de vida y trabajo en el corazón de la pampa húmeda, a comienzos del siglo XX el
partido atrajo a inmigrantes españoles, italianos, árabes, judíos y vascos. El
pueblo estallaba en construcciones y emprendimientos. Hoy hay que hacer un acto
de fe para creerlo, pero tenía dos sastrerías, dos peluquerías, bazar, correo,
clubes, librería y un hotel, el Chanta Cuatro, famoso en la zona. "Tuvimos
hasta tres carnicerías. El Chanta Cuatro, que siempre estaba lleno, ya no
existe. Recorran un poco y van a ver: no queda nada. Ni médico", dice
Armando García (60 años, todos en Ordoqui), que trabaja en la delegación
municipal.
Para esta
localidad de 116 años, ubicada a 42 kilómetros de la ciudad de Carlos Casares
por camino de tierra, la tormenta perfecta fue la desaparición del ferrocarril,
en 1977, y, después, del polo lechero, su principal industria, la que le hizo
vivir décadas enteras de prosperidad. Llegó a tener siete plantas lácteas,
entre ellas, Magnasco y Grillo. Una sola fábrica empleaba a 400 personas. La
crisis del sector, el avance de la soja, las dificultades para sacar la
producción y las inundaciones las convirtieron en inviables. Ahora los
ordoqueños viven a merced de una actividad básicamente agrícola que, por el
desarrollo tecnológico, ya no requiere tanta mano de obra. "Además, un
peón rural gana 9000 pesos y trabaja diez horas -razona Benintende-. La verdad
es que los jóvenes quieren ganar más y no trabajar tanto. Por eso se rajan. Se
van a Bolívar, Carlos Casares, Pehuajó, Buenos Aires."
La pertinaz
decadencia de las poblaciones rurales del partido -la vecina localidad de
Hortensia pasó de 1800 habitantes a 220- apenas ha inquietado a los gobiernos.
"Cada tanto llegan algunos funcionarios, preguntan, averiguan, pero
después se van y no hacen nada. ¡Si por lo menos nos asfaltaran la ruta!",
dice Sánchez, la maestra dispuesta a resistir hasta el final.
El pasado y
el presente del pueblo parecen encontrarse en la vieja estación del tren, desde
la que salía la producción de toda la zona. Allí funciona hoy el "Centro
Cultural Integrador", una biblioteca pública. De vagones rugientes al
silencio de una sala de lectura, ya nada es lo que era en los pagos de Ordoqui.