
-En
2003 vaticinó que la soja era un negocio para 20 años. ..
-La soja
sigue siendo un negocio
para 20 años más. Existen datos objetivos, por el ritmo
de aumento de la demanda. Además de China, hay que pensar en la India y otros
países, porque el cambio en la dieta llegó para quedarse. China ya consume 75
kilos de carne por habitante. Y no hay muchos lugares en el mundo para producir
soja en forma competitiva. El problema no es qué hacer, sino cómo hacerlo,
quiénes, y cuántos van a estar involucrados.
-¿A
qué se refiere con el cómo hacerlo?
-Se trata de
organizarnos. Si somos importantes en algo en el mundo, eso nos abre otros
mercados, no solo en agroindustria. La soja tiene valor por si misma, por lo
que genera y por lo que puede lograr para la Argentina. Pero desde hace cuatro
años que se destrozó la rentabilidad. Se seguía manteniendo la producción
porque los precios eran altos. Preveíamos que eso iba a pasar, pero está
ocurriendo de una manera dramática. En el campo no podemos vivir con esta
presión impositiva, pagando impuestos aún perdiendo dinero. Además, el mundo no
compra el trigo cuando el Gobierno decide autorizarte. Compra cuando lo
necesita. Acabo de estar en Tucumán, Salta y Gualeguaychú, con productores e
industriales y las empresas están al borde de la quiebra, o de la convocatoria.
Ya no hay un problema de pérdida de rentabilidad de las compañías, sino de
destrucción de sus patrimonios.
-¿Qué
le aconseja a los presidenciables para dar vuelta esa situación?
-No hay una
medida particular que lo resuelva. Y hay que tener en cuenta el interés
general. Las políticas del Gobierno no lo tuvieron en cuenta. Se hizo una
redistribución sin inclusión, porque las políticas no generaron más
empleabilidad, más autonomía, emprendedurismo. Hubo una redistribución curativa
o reparadora. Tenemos que ir a una redistribución con inclusión, que permita
crear capacidades en las personas. Se trata de un conjunto de medidas que
permitan que la industria y el sector productivo se ponga en marcha de nuevo,
que sea competitivo. Hay urgencia por exportar, para que entren dólares, que
pueden entrar por deuda o porque exportamos. Y es mejor que ingresen porque
exportamos, en vez de tomar deuda. Y si nos endeudamos, en todo caso que sea
para adquirir tecnología o bienes de uso que permitan exportar más. El
endeudamiento tonto es tan grave como el desendeudamiento tonto. Nos hemos
desendeudado pero hemos postergado inversiones en infraestructura.
-¿Cree
que hay que devaluar?
-El tipo de
cambio es la consecuencia de la competitividad de un país. Nuestra
competitividad es hoy muy baja por costos y productividad. Hay que trabajar en
todos los frentes. La agricultura es mucho más compleja. Hoy se requiere más
cerebro por metro cuadrado. Antes la tierra era el factor de la producción más
retribuido y en el futuro será el conocimiento.
.¿Para
el campo, fue una década perdida?
-Tiene que
ser la década aprendida. La Argentina que viene tiene que aprender de las
experiencias. No hay capitalismo sin Estado y los empresarios tenemos que
ayudar a construir un estado moderno. Se nos va la vida en eso también. Tenemos
que prepararnos, deberíamos tener una agencia de desarrollo que integre las
distintas políticas. Argentina es un país que va a tener distintos territorios
pero hay que darles cierta dosis de autonomía y dosis de coordinación con la centralidad,
esos son los desafíos del Estado moderno.
-¿Es
compatible una Argentina exportadora con garantizar el consumo a la población?
-Países con
gran desarrollo estratégico como China buscan el equilibrio entre el consumo
interno, la inversión externa y la exportación. El consumo tuvo mucha
importancia en los primeros años de Néstor Kirchner y lo aprovechamos para
reactivar rápidamente. Pero el problema en la Argentina es que siempre estamos
mirando el pasado y no vemos el futuro. Lo hace la política y también lo
hacemos los empresarios, porque es más cómodo repetir lo que se conoce que
cambiar y hacer algo nuevo. Pero eso invertimos poco en investigación y
desarrollo y muchas veces dejamos de lado la innovación.
Fuente: Silvia Naishtat para Clarín